Autor: Jorge Bucay
Cuenta una vieja historia que había una vez un señor muy poco inteligente al que siempre se le perdía todo.
Un día alguien le dijo: – Para que no se te pierdan las cosas, lo que tienes que hacer es anotar donde las dejas.
Esa noche, al momento de acostarse, agarró un papelito y pensó:-«Para que no se me pierdan las cosas…»
Se sacó la camisa, la puso en el perchero y anotó «la camisa en el perchero…»; se sacó el pantalón, lo puso a los pies de la cama y anotó: «el pantalón a los pies de la cama»; se sacó los zapatos y anotó: «los zapatos debajo de la cama»; y se sacó las medias y anotó: «las medias dentro de los zapatos debajo de la cama..».
A la mañana siguiente, cuando se levantó, buscó las medias donde había anotado que las dejó, y se las puso, lo mismo sucedió con la camisa y el pantalón… Y entonces se preguntó:-¿Y yo, dónde estoy?
Se buscó en la lista una y otra vez y como no se vio anotado nunca más se encontró a sí mismo.
Autoestima y egoísmo son tomados generalmente como términos antagónicos, aunque ambos comparten un significado muy emparentado: la idea de quererse, valorarse, reconocerse y ocuparse de sí mismo.
A veces nos parecemos mucho a este señor.
Sabemos donde está cada cosa y cada persona que queremos, pero muchas veces no sabemos dónde estamos nosotros.
Nos hemos olvidado de nuestro lugar en el mundo.
Podemos rápidamente ubicar el lugar de los demás, el lugar que los demás tienen en nuestra vida, y a veces hasta podemos definir el lugar que nosotros tenemos en la vida de otros, pero nos olvidamos de cuál es el lugar que nosotros tenemos en nuestra propia vida.