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«Quisiera ser una planta», dijo Basilio entre dientes, mientras ayudaba a su abuelo a regar el jardín.

«Estas plantas tienen suerte. Se quedan en el mismo lugar aquí toda su vida».

«No tienes ningún entusiasmo por mudarte, ¿eh, Basy», dijo el abuelo con compasión.

El papá de Basilio había obtenido un empleo nuevo en otro estado.

Basilio metió su pie en una yerba mala. «Tendré que hacer amigos, y tendré que acostumbrarme a un colegio nuevo».

Dio un suspiro mientras vaciaba la regadera.

«Déjame mostrarte algo», dijo el abuelo.

Lo llevó a unos estantes al lado del garaje. «¿Ves estas plantas?», dijo, señalando a unas vasijas sobre los estantes.

Basilio asintió. «Todas son plantas de tomates», observó.

«¿Pero, por qué están todas en vasijas de diferentes tamaños?».

«Mientras van creciendo, las muevo a recipientes más grandes», explicó el abuelo. «Mucha gente no sabe que la planta de tomate es una de las pocas, sino la única planta, que mejora con el trasplante.

Yo las trasplanto dos o tres veces, y esto las hace más fuertes. Las raíces son mejores, y la planta entera produce más fruto».

El abuelo hizo una pausa, luego añadió: «Quizá el Señor también te está transplantando para hacerte más fuerte».

«¡Yo no soy una planta!»

El abuelo se rió. «No», asintió. «Pero el Señor sabe que a veces nos ponemos más fuertes en diferentes situaciones.

Las dificultades hacen que enterremos nuestras «raíces» más profundamente en Él, y entonces podemos ser más fructíferos para Él».

El abuelo apretó el hombro de Basilio. «No te alejes del trasplante», le animó.

«Permite que Dios te fortalezca a través de Jesús».